Caddy, vestida con un colorista traje africano y subida a las manoletinas amarillas de plástico que monopolizan el calzado local, acaba de dar a luz a un niño. Fruto de una violación de cuatro soldados hace nueve meses, su nacimiento condensa todo el dramatismo de lo que sucede en Haut Plateaux, cuyas peores víctimas son las embarazadas de los violadores, aquellas que engendran hijos del enemigo. "Estoy contenta con mi bebé porque mi madre me apoya. En cambio mi novio, que al principio estuvo a mi lado, se ha ido con otra. Y mi padre sigue muy furioso", dice con un hilo de voz apenas audible. "Él cree que yo me ofrecí al hombre que me violó y se siente avergonzado", comenta esta veinteañera en un lugar en el que ellas tienen 52 veces más probabilidades de sufrir violencia sexual que una chica residente en España.
No es casual que, en el largo y peligroso camino que conduce hasta estas montañas del Congo sólo hayan derribado uno de los tres carteles que jalonan la ruta. Sobre la hierba, destaca su leyenda: "Un verdadero hombre no viola mujeres". El mensaje, legible en francés y swahili a pesar del óxido, forma parte de una campaña de la ONU para erradicar la violencia sexual. Pero aquí esa campaña ha fracasado en sus objetivos, como el cartel que la difunde. Esta región, uno de los escenarios más crueles de la Gran Guerra de África (de 1998 a 2003) y del actual conflicto de Kivu, ha visto pasar a incontables milicias que, durante años, han dejado su impronta en forma de violación masiva como arma de guerra. Pero Haut Plateaux (altas mesetas) vivió su particular noche de los cuchillos largos hace dos años. Ninguna hembra quedó impune. Crónica, en este viaje a las montaña de las mujeres violadas, logra arrojar luz sobre lo sucedido, lo que nadie quiere recordar.
Los soldados hutus del FDLR (Fuerzas de Liberación de Ruanda), o sea, los restos de la soldadesca que protagonizó el genocidio tutsi a golpe de machete en 1994, repitieron el comportamiento que los ha hecho famosos en regiones como Fizi y Walikale en 2010: violar choza por choza a todas las mujeres delante de su familia para humillar a la etnia rival, para hacerle hijos al enemigo. Guerra psicológica y demográfica. Y todo bajo una impunidad absoluta, porque aquí no hay más ley que la del silencio. Nadie habla ni denuncia. No hay a quién acudir. La sociedad hace tiempo que se derrumbó. El último episodio de violación masiva en estas aldeas —son incontables— sucedió el pasado 26 de febrero. En la carretera que lleva al mercado de Milimba 50 mujeres y varios hombres fueron salvajemente asaltados de nuevo por el FDLR.
Se estima que el 65% de las mujeres de Kivu Sur han sido violadas, pero aquí ese porcentaje se queda corto. "¿A cuántas de ellas han violado en las aldeas de Haut Plateaux? ¿A todas?". Ferry Schippers, coordinador del proyecto que MSF España mantiene en estas montañas, se encoge de hombros: "No hay estadísticas, así que no puedo decir que a todas. Cuando nosotros llegamos hace un año y medio nos encontramos un panorama desolador. Sí sabemos que una mujer de Marungu, Kihuha o Kitoga tiene altísimas probabilidades de ser violada, más que en otras zonas del Congo. Aquí este problema es gigantesco. Un alto porcentaje de ellas ha sufrido al menos un episodio de violencia sexual a lo largo de su vida".
El todoterreno que avanza hacia Marungu, el pueblo al que acuden la mayoría de las mujeres violentadas en busca de asistencia, da tumbos por caminos arcillosos, a 3.000 metros de altitud. Sólo se escucha el crepitar de la radio. Cada cinco minutos Schippers, apodado Charlie Tango, da la posición a la base por seguridad. "Aquí violar es algo habitual", dice Jamal Mrrouch, coordinador médico del equipo. "Cada vez que pasa por estas aldeas un nuevo grupo armado deja muchísimas mujeres asaltadas. Tantos años de violación como arma de guerra han provocado que los abusos sexuales se vean ya como una práctica normal que ejercen también familiares y vecinos a diario". La violación como costumbre. Aunque todos los días hay muertos, no es el enfrentamiento armado el principal problema que afronta esta ONG. El de este rincón del Congo es el único proyecto de MSF España que no permite personal femenino expatriado en sus filas. No es difícil adivinar porqué.
Johanna Pearson, responsable del programa de violencia sexual del hospital Panzi, el centro de referencia en Kivu Sur para atender este tipo de casos, asegura, no obstante, que "las violaciones masivas de grupos armados han descendido en número y brutalidad en los últimos años". En cambio, añade, "ha aumentado otro tipo de asalto más familiar, que se queda en la comunidad". Y por asalto brutal señala un ejemplo: en el hospital, una mujer mira al periodista blanco con su único ojo, ya que el otro se lo arrancaron sus asaltantes con un cuchillo. "Por suerte, esto ya no es norma, es excepción".
En la primera parte del viaje sólo se ven soldados del Ejército congoleño. Pero los últimos 40 kilómetros son tierra de nadie: hutus del FDLR, tutsis del FRF, tres milicias locales... Señores de la guerra, soldados sin distintivos, en babuchas, algunos borrachos, armados con Kalashnikov. En principio estos grupos armados parecen respetar la labor de MSF en la zona, pero la memoria mantiene fresco el último incidente que acabó con un coche tiroteado y un cooperante herido de bala hace pocos meses.
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